La prisionera de los Zebak by Emily Rodda

La prisionera de los Zebak by Emily Rodda

autor:Emily Rodda [Rodda, Emily]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1999-01-01T05:00:00+00:00


12 El espejo se raja

—¿Cuántos desdichados habrán sido arrojados a los Eriales para que mueran? —musitó Allun—. ¿Cuántos miles a lo largo de los siglos para crear… este horror?

Contempló con aborrecimiento los grumos. «He aquí la razón de su desmedida presencia», pensó. Ahora lo comprendía.

—Míralos… Esperan a que muramos para descarnar nuestros huesos —gruñó—. Preguntabas de qué se alimentaban, Rowan. Ya tienes la respuesta.

—Puede que no sea así —dijo Rowan en voz baja. Pero lo cierto era que los grumos eran cada vez más numerosos y los aprisionaban contra la muralla, sin dejar de emitir silbidos de impaciencia. Estaban tan cerca que podía distinguir sus lenguas bífidas y sus pequeños y hambrientos ojos.

Se parecían mucho a la bestia que había secuestrado a Annad, aunque eran mucho más pequeños, pero compensaban su falta de tamaño y fuerza con la superioridad numérica.

—¡Fuera de aquí!

Zeel dio un paso al frente con aire amenazador, y los grumos se dispersaron. Pero solo por un momento. No tardaron en regresar.

Los cuatro compañeros seguían contemplando la muralla. A sus espaldas, el cielo se estaba tiñendo de una tonalidad rosada. El muro estaba empezando a reflejar el color, y también sus rostros fatigados y pálidos, y los grumos que se apretujaban a su alrededor como seres surgidos de una pesadilla. La muralla se perdía en la distancia por ambos lados, en interminables planchas metálicas fundidas como un solo bloque. No había agujeros ni huecos ni sujeciones que facilitaran la escalada. Ni señales de una puerta. Era imposible escapar del calor que se avecinaba, y los huesos relucían en el suelo hasta donde alcanzaba la vista.

—¿Acaso hemos venido de tan lejos y hemos sobrevivido a tantas penalidades solo para morir ante la muralla de esta condenada ciudad? —gritó Allun.

Y, de pronto, Rowan recordó las palabras de Sheba.

«… cuando lo necesites de verdad».

Desenvolvió la tela que contenía el paquete guardado debajo de la camisa y sacó una de las cuatro ramitas que quedaban.

—Hemos de hacer una buena fogata, Zeel —la apremió—. Hemos de saber si Sheba puede ayudarnos.

Zeel apretó los labios.

—La bruja nos ha conducido hasta este lugar de muerte con sus instrucciones de seguir la luz. Nos ha traicionado.

—Es cierto —terció Allun con desaliento—. Por motivos que solo ella conoce o por pura maldad, Sheba no desea que regresemos a Rin.

Rowan no podía creerlo. En realidad, no quería creerlo. Miró a Perlain. El hombre Maris estaba apoyado contra la muralla con los ojos cerrados.

—¡Zeel, por favor! ¡El pedernal! —imploró—. Dámelo. Debo intentarlo. El sol está a punto de salir y pronto el calor será sofocante. Y Perlain… —Se interrumpió, incapaz de terminar la frase.

Se arrodilló de inmediato y hurgó entre los huesos para recoger hojas y ramas secas de las plantas del desierto. Cuando hubo reunido las suficientes para encender un pequeño fuego, miró de nuevo a Zeel, desesperado. A regañadientes, Zeel le entregó el pedernal. Rowan hizo saltar una chispa y las hojas prendieron enseguida. Primero humo, y después llamas. Entonces, cogió una ramita del paquete y la arrojó al fuego.



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